El libro de zafiro by Gilbert Sinoué

El libro de zafiro by Gilbert Sinoué

autor:Gilbert Sinoué
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Histórico, Intriga
publicado: 1996-01-01T00:00:00+00:00


18

De las cosas que no sabemos, algunas las creemos por el testimonio de otros; es lo que denominamos «fe». Hay otras sobre las que no emitimos un juicio, ni antes ni después de estudiarlas; es lo que denominamos «duda»; y cuando en la duda nos inclinamos más hacia un lado que hacia otro, aunque sin determinar nada de modo absoluto, eso se denomina «opinión».

Bossuet, Tratado del conocimiento de Dios… I, XIV

Habían galopado a rienda suelta. Ahora ya avistaban Torremocha, a menos de una legua al sudeste de las murallas. Ante ellos, la ladera de la sierra se erguía como una muralla esculpida por la mano de un gigante.

Varias toesas por encima de sus cabezas se recortaba una abertura en la piedra tostada. Una senda serpenteaba hacia las alturas y concluía en una abrupta pendiente sembrada de rocas y atormentadas aristas.

—No tenemos elección —advirtió Vargas—, debemos proseguir a pie.

Los demás no vacilaron y pusieron pie en tierra.

—Tendremos que ir deprisa. Dentro de una hora ya no se verá nada. Ni el candil de aceite ni las antorchas servirían de gran cosa.

Ezra observó un momento la pendiente antes de anunciar, desalentado:

—Imposible. No podré. Por más que me esforzase, sólo conseguiría retrasar vuestra marcha. Creo que será más prudente que os espere aquí.

—¡Por fin sois razonable! —dijo Sarrag—. Os lo habíamos advertido y, pese a todo, os habéis empeñado en acompañarnos. Si yo fuera vos —añadió dirigiéndose a Manuela—, acompañaría al rabino. Esta ascensión puede ser peligrosa.

—Tenéis razón. Pero no es el peligro lo que me hace retroceder. —Señaló con enojo su vestido y sus zapatos—. Mi atavío no se ha concebido para este tipo de hazañas.

Sarrag aprobó, examinando la montaña.

—¿Quién habría podido imaginar que las palabras de Baruel, ALLÍ, EN EL VIENTRE DE LAS PIEDRAS, indicaban una gruta? Fray Rafael, ¿cómo os dijeron que se llamaba este lugar?

—La gruta de Maltravieso.

—La gruta de Maltravieso… Sin la ayuda de vuestro hermano templario, habríamos podido eternizarnos buscando un vínculo con «el vientre de las piedras».

—Sin embargo, pensándolo bien —repuso Rafael—, habríamos debido advertirlo en cuanto Baruel mencionó «Jabal al-Nur». Nos empecinamos en buscar una montaña ignorando, id a saber por qué, el otro símbolo, la caverna, aquella caverna excavada en Jabal al-Nur adonde, según vuestras propias informaciones, acudía el Profeta para meditar. Hubiéramos debido pensar en ello, tanto más cuanto que, ya en el primer Palacio, Baruel nos daba una indicación al citar a los «durmientes de Al-Raqim», el versículo extraído de la azora llamada… «la Caverna».

—¿Qué deciros? A toro pasado, evidentemente, el conjunto parece muy claro, pero no es así cuando se analizan los detalles con la nariz pegada al fresco.

—Hablando de frescos, padre Vargas, ¿os dio la impresión de que el descendiente de los Golfines estaba seguro de lo que decía? —se atrevió a preguntar Manuela—. Me refiero a esas efigies que se supone que encontraréis en las paredes.

—El señor Hurtado ha sido muy claro. Es una de las pocas personas de la región que conocen la existencia del lugar. Hemos tenido mucha suerte.



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